Mareo sin marea

Vamos corriendo en círculos, tropezando en colchones, banquetas y bolsas de dormir: huyendo de la muerte. Llevamos prisa, se nos hace tarde para el caos. Algunos aceleran el trayecto en autobús, otro deciden cansarse y se van a pie, los que temen de soledad cogen el tren, los más conscientes del gremio saben hacia donde avanzan y para disminuir el sentimiento de culpa se compran una bicicleta.

No importa el vehículo que elijamos, todos tenemos urgencia de escapar y vamos corriendo a una meta invisible e indefinida, sonando el claxon, agitando los brazos para mover al de adelante, creyendo que al cortar el listón de la meta está el codiciado trofeo, indefinido también. A algunos les han contado que se trata de un manantial donde se vive en armonía con el sol y su reflejo, otros creen que hay nubes y castillos de atmósfera, otros se lo imaginan sin luz, sin reflejo, sin labios para morder. Pero en todos esos casos hay elementos que atropellamos en la carrera: manantiales dulces, castillos medievales, luz de atardecer, reflejo en cada par de ojos y siete mil millones de labios para morder.

De correr se trata, y lo hacemos como verdaderos atletas, las contracciones se deben a que no calentamos, nadie nos enseñó a acariciar, a bailar en carretera con la luz de la luna, a beber el agua bendita, a curarnos con el viento, a respirar lento, a controlar nuestra urgencia de satisfacer necesidades. Llevamos tanta prisa que no nos percatamos de estar coleccionando días nublados, estrellas fugaces, canciones en vivo, orgasmos inducidos y tazas para café sin café y el olor a tierra con lluvia y a la mañana siguiente guayaba. 

Atravesamos constantemente túneles paradisíacos, camuflados en medio de smog, cadáveres de gorriones, bolsas de golosinas y corrupción. Pero la prisa no nos abandona, atravesamos esos túneles como cañones, para impactarnos sobre hectáreas de desolación, en espejismos de lagunas secas y reptiles silenciosos, ignoramos que en la periferia permanece el oasis, tan lejano, tan imposible, tan abstracto. Y aunque el calor nos consume furioso, el alimento es cada vez más escaso y en el cementerio solo hay lápidas de nombre Sueño, nos conformamos con llevarle flores al pedacito de tierra muerta que nos corresponde, regando con lágrimas que se evaporan antes de caer al suelo. Niños lacerados y asustados, que se cubren el rostro con ambas manos cuando ven acercarse al amor. Armados hasta los dientes con insignias de caso omiso. 

Solo en ese espacio, pequeño, tan pequeño, hacemos una pausa y cuando nos incorporamos volvemos a correr, para que se nos olvide el camino de regreso al dolor, omitiendo esas cuentas pendientes, resistiendo el aprendizaje, satanizando la necesaria desilusión. 

Vi a alguien hacer una de esas pausas, no llevaba flores muertas para el Sueño muerto, se abalanzó sobre la piedra con su nombre y una barra de acero atravesó el complejo, yo supe lo que hacía: quería oler la tierra y sus minerales, se quedó un momento suspendido en la competencia, como soldado de la corteza, protegiendo su pequeño espacio, derramando sobre él su infinita misericordia a modo de semillas, lloró sobre la tierra gélidas gotas de consciencia y al terminar, cubrió el agujero con más tierra fresca para desaparecer en la carrera de círculos con los demás.

Vamos corriendo en círculos, en una carrera donde nadie gana pero todos perdemos tiempo, cordura y noción; tropezando sobre colchones, banquetas, criptas de Sueños. Corriendo sin consciencia, acompañados de la prisa, con el reloj hamaca de la muñeca, acumulando cansancio y mareo por la inercia. Tan cerca de la muerte y tan lejos del mar.




Pintura: Colección Poesía Vista por el arte


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