Del encabronamiento por perder un camión a la resignación de compartir un asiento
Me moría de ganas de escribir sobre la chica de al lado, me pareció directora de orquesta o músico, clásica, por supuesto. Ella no sabía de mi homosexualidad, se abría de piernas despreocupada y airosa, muy suelta.
Mecía el dedo índice de un lado a otro, dibujando el trayecto de un columpio en el respaldo del asiento. Se metía el lápiz en la boca y suspiraba fuerte, me la imaginaba gimiendo.
Yo sé de disimular, ella no sabía de sospechar, porque sin importarle, cada vez se ponía más sensual, iba del teléfono al libro espiritual y del libro a su cuaderno de apuntes, que de vez en cuando dejaba escapar una suave risita al pasar la hoja -deliciosa onomatopeya de la cuartilla-.
También sé de lectura, ella no estaba leyendo, nadie le creía, y cómo, si levantaba los ojos cada tres acometidas, volvía al libro y cambiaba la página, le hacía un pie y ya habían pasado otras tres acometidas. Se golpeaba las piernas, tarareaba, se colgaba de la cortina, hundía los ojos en el pastizal. Por supuesto que no le creía.
Yo también sé de llamar la atención, soy mujer, quería producirme celos, pero me excitaba, no se dio cuenta por mi condición tan femenina, además, a mi no se me levanta nada, a menos que sea una falda y no traía falda, vestía un vestido, los vestidos no se levantan, se retiran con cuidado de no romperse, deslizando la cremallera de la espalda o de la axila, como les decía, sé de llamar la atención y ella se esmeraba, pero yo no le creía, solo le veía las rodillas y su libro, dando lengüetazos en su zona prohibida.
El cuate de la derecha si se dio cuenta, los hombres huelen cuando nosotras estamos sobres y a mí solo me faltaba el sello postal para mandarme a su buzón.
No sé si sentía más pena o descaro, los pezones se me ponían duros y el vestido no cooperaba, lo evidente: no hacía frío; lo lamentable: la directora de orquesta se envolvía en su equipaje para perderse en el espacio y la energía de Tulum; lo grandioso: ella se fue pero me dejó un intento de poema y caricias en el arrebato.
Ilustración: Apollonia Saintclair