Nota roja. ¿O era violeta?.

(Se escucha una melodía infantil de fondo).
"...Sha la la la la la, my oh my, look like the boy too shy, ain't gonna kiss the girl. Sha la la la la la..." 

-¡Demonios! Las manos me sudan...- Se podía escuchar el sonido del viento recorriendo sus fosas nasales y saliendo casi directo entre el castañeo de sus mandíbulas. -Inhala... Exhala...- Volvió a tomar aire. -¿Debería llamar antes a mamá?...- Y como si fuera posible congelar los pensamientos, se quedaron suspendidos como globos con helio en toda la habitación.

La melodía pertenecía a la película preferida de su hermana, quien le daba su menuda espalda, tendida sobre una alfombra rosa, ahí frente al televisor. Aún con todo el ruido de la calle, los cláxons, la televisión encendida, las ambulancias y las conversaciones de los vecinos, los pensamientos dentro de su agitada y acalorada cabeza hacían más eco que todo aquel murmullo. 

Anne, miró por última ocasión a su pequeña hermana, quien justo había cumplido once años el mes anterior. La observó para asegurarse de que no prestaría atención en ella. Estaba de pie, con ambos brazos extendidos a los costados, su mano derecha se abría y se cerraba, constantemente, como ejercicio para la distensión muscular, respirando profundo, como deseando prolongar el momento. 

"De acuerdo, llegó la hora... ¡No quería hacerlo! ¡pero lo mereces por maldita!, jamás has hecho algo por mí. ¡Eres una idiota! y te lo mereces, ¡lo mereces!, ya no hay vuelta atrás..." - Estallaban las ideas por dentro. "Tengo un plan, todo va a estar bien si respeto el plan, tranquila Anne, nadie lo sabrá".

Bajó las escaleras, tranquila, meticulosa, tuvo tiempo de enumerar cada una de las quince huellas. Se dirigió a la cocina y abrió el cajón, al no ver cuchillos, arrastró sus ojos hasta la tarja: todos estaban sucios. Las manos ya no transpiraban, abrió la llave de agua caliente y cogió uno carnicero; lo enjabonó y enjuagó, lo secó... dejó la llave abierta.

Indecisa, deslizó sus pies descalzos a la escalera de papelillo, volvió a contar las huellas: ya no eran quince.

Sin otorgarle tiempo de girar su cabeza, corrió hacia el cuerpecito de la niña y justo cuando iniciaban los comerciales, la jaló de su melena dorada y hundió con todas sus fuerzas la hoja perfecta de acero en el cráneo desprotegido y dócil de Ashlie.

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