Carta dirigida a todos los locos.

Soy consciente de la fragilidad de mi cuerpo: con un solo golpe podría cerrar los ojos por siempre, con una bala en el cráneo dejaría de existir en un segundo, con un arma blanca atravesándome el pecho mi respiración cesaría en un instante; pero soy de lo más afortunada al tener una voz, porque ella nunca morirá, a mi voz jamás podrán encarcelarla, mis palabras son infinitas como el tiempo, y hoy las utilizo para llevarla a los oídos de mis contemporáneos, he decidido despojarme de miedos y llevarla hoy mismo a que me escuche una multitud o unos cuántos. Tan solo pretendo compartirles mi sentir porque al atestar mi mente con tantas noticias desde el 26 de Septiembre de 2014, me tiemblan las piernas y me desbordo en llanto al convertirme en espectadora de la película más terrible que me obligan a observar desde la pantalla de mi computadora.

Hoy les recito esta carta porque sé que la mayoría no se tomarían el tiempo de leerme porque me sé insignificante en una sociedad de personalidades y poderosos civiles. Les escribo a mis compañeros de década, a todos los veinteañeros, porque reconozco que un adulto no le interesaría indagar en el pensamiento de un joven, que carece de conocimientos, de fundamentos, de formación, pero me sobran corazón y valores para hablarles a mis hermanos, y si estos párrafos cumplen con su objetivo de abrir los ojos de más de uno me daré por servida al haber involucrado a uno más a esta sociedad mexicana que tanto nos necesita, que suplica a gritos nuestro apoyo y nuestra respuesta inmediata.

Ninguno de nosotros pedimos venir al mundo, ninguno de los que estamos interactuando en este momento tuvimos oportunidad de decidir entre abrir los ojos a la vida como seres humanos o como aves, y lo digo sinceramente, si yo hubiese contado con ese privilegio, no es necesario decirles que no estaría charlando con ninguno de ustedes, pues evidentemente sería una ave, libre… No como la libertad que hoy quieren vendernos, porque de nada nos sirve esa “libertad”, así, entre comillas, si de lo único que gozamos en estas tierras, es de contemplar libremente, de llorar libremente por la sangre derramada de tantos inocentes, de morir de hambre libremente; si esa es la libertad que me ofrecen, muchas gracias, pero prefiero vivir en los límites que me impone el amor a la raza humana.

Cuando era niña me sentaba todas las noches a escuchar las noticias con mis padres, un día decidieron que regalarían el televisor pues al finalizar el noticiero  se retiraban alterados y tristes a la cama. Yo no comprendía ese sufrimiento, solo me familiaricé  con las notas rojas y acostumbré a mis oídos a las palabras: homicidio, genocidio, dolor, robo, corrupción, asesinato, impunidad entre un montón de conjugaciones más que estoy segura ustedes también conocen. Ahora me pregunto, si algún día tengo descendencia: ¿Qué palabras les quiero enseñar a mis niños?, la respuesta es sencilla, sé que ustedes me avalan: amor, tolerancia, respeto, paz, solidaridad: VIDA, carajo: ¡VIDA!




Sinaloa, Tlatlaya, Tamaulipas, Nayarit: Mireles, Guerrero, las muertas de Juárez, leyes de Reforma, el Río de Sonora, Guanajuato, no me sé el orden, ni las fechas, ni los números, pero si recuerdo con certeza como me dolía mientras leía las notas, y la desesperación que me invade al saberme tan insignificante e impotente… soñando cada día con la unificación social, de poderes con el pueblo, ser UN MÉXICO, pues de nada sirve dividirnos en PRI, PAN, PRD, PT, PV, MORENA…  ¿o acaso los panistas no son mexicanos, los perredistas, no lo son, los priistas…? Esto ya no se trata de instituciones ni políticas ni sociales, ni de asociaciones civiles o gubernamentales, o de si eres comerciante, o estudiante o “nini”, estamos hablando de las fuerzas unidas para salvarnos del infierno que cada segundo arde con más furia.

Imagino que más de alguno piensa que está escuchando a una loca que quiere cambiar el mundo, pero me consuela decirles amigos míos, que no soy la única que padece de problemas mentales, esta carta está dirigida a todos esos locos que como yo, se saben débiles por fuera y con dinamita por dentro. ¡Explotemos juntos! Yo no convoco a una guerra, porque sería ilógico y contradictorio erradicar sangre con más sangre, no me interesa lastimar ni herir, jamás he poseído un arma, ni sabría cómo asirla a mis manos, pero sé de sobra utilizar mi voz y los invito a analizar la siguiente analogía: ¿ustedes que creen que pasaría si en un coro de diez mil gentes solo uno cantara?, no se escucharía ni a un kilómetro a la redonda, pero ¿qué sucede cuándo ese canto se multiplica? ¡Estalla! ¿No es así? ¡Ensordece!. Cantemos juntos mexicanos, al grito de guerra, no una guerra de sangre y armas, los convoco a un concierto, donde unamos nuestras gargantas en honor al amor, al respeto por la vida de cada ser humano, vociferemos juntos por un México de paz, de educación, de cultura, donde tomos seamos libres de vivir para seguir cantando a la libertad misma. Porque existir, es lo más bello de la profecía de la humanidad, construyamos juntos esa felicidad codiciada y anhelada por todos nosotros.


Al unísono gritemos: ¡Justicia para Ayotzinapa!.

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