Me quitaron todo

Me quitaron todo, hasta las ganas de escribir, los dedos hacen pausas en el teclado, como si de baches en la calle se tratara y ya no sé si perdí la porosidad o fue que las personas se crearon tantas expectativas de mí que comencé a luchar para no decepcionar todas esas falsas ideas de perfección inhumana. Me quitaron todo, hasta las ganas de llorar, el día que me dijeron que ser valiente es lo de hoy y las lágrimas se reservan para ocasiones especiales, como si romperse el corazón fuera un evento de gala. Esta prohibido rendirse, prohibido agotarse, prohibido  desconocer, prohibidas las faltas de ortografía, prohibido faltar a clases, prohibido fumar, prohibido correr a más de cien, otra vez prohibido rendirse, pero la verdad es que no pasa nada.

Me quitaron todo cuanto quisieron: tiempo, espacio, alimento, dinero, ideas, palabras, saliva y energía en orgasmos, aire que se me escapaba en gemidos, me quitaron la ropa, la sensibilidad, ¡la sensibilidad, carajo!, porque me hicieron creer que lo que yo veía ya había sido descubierto por muchos intelectuales siglos atrás y me colocaron cinta en la boca porque dijeron que era obsoleto escribir de sexo o amor, porque de amor ya se dijo todo lo que tenía que decirse antes del siglo veinte y de sexo ya se ha visto todo con el internet, tan ridículo como si no debiera regar mis plantas porque hace dos días lo hice.

Me quitaron todo, hasta la vejez, mis líneas de expresión las he forjado desde los ocho, renglón tras renglón, borrón tras borrón, tachón tras tachón, y ahora se las han llevado, se las apropian y me citan como si realmente fuera interesante escribir acerca de un hombre que se le sale el universo por el pene en un orgasmo atemporal, dejándome en pubertad otra vez.

Me quitaron todo, las ganas de escribir y la identidad, los aplausos apabullantes no me dejaban escuchar ni mi propia voz, pero la gente grita como loca cuando les falta voz y es así como asesinan el arte y al artista, porque el arte se hizo para vivirlo en silencio. Cuando las manos no funcionan para crear no les queda más remedio que hacer ruido y llamarle ovación. 

Me quitaron todo, las ganas de escribir y de leer, porque al final resultó que lo que yo había leído era lúdico e innecesario y que no podía morir sin antes leer a Shakespeare como si de aire se tratara.

Me quitaron todo, las ganas de escribir y de bailar, porque me dijeron que era promiscua e indecente, que no sabían que era peor, si leerme o verme bailar, que mi nombre era la flor del pecado y mi apellido la condena, que no solo me quemaría yo sino todos los admiradores. Me quitaron todo, en serio, las ganas de escribir y el deseo de crear, porque me escupieron en las manos y dijeron que la basura transmitía más sentido que mis ideas. Otros, ni siquiera dijeron, solo dejaron la puerta abierta para cuando decidiera salir. Y no pude ni regresar a casa, así de jodido, porque no tenía dinero para el pasaje ni ganas de escribir. Entonces me senté a la orilla de la banqueta, tan pequeña que me colgaban los pies, con una lágrima obstruyendo la garganta y una pluma con la punta tapada. Lo terrible es que la gente sigue gritando: ¡Tú puedes! ¡Entrega todo! ¡Confío en ti! ¡No te rindas!, siguen gritando y no comprenden lo dañino de sus alaridos, no alcanzan a entender que no me dejan escuchar.

Me quitaron todo (y les guardo un rencor maldito), la inocencia por principio, me endurecieron como cripta y después se quejaban de mi descuidado ajuar. Me quitaron todo, hasta la mierda, y gustosos se la tragaban, como si de abejas se trataran, para embarrársela al pan creyendo que era miel.

Me quitaron todo, los trapos, la virginidad y la inocencia, me quitaron los amigos, las ganas de defenderme y de luchar, me quitaron la lealtad, la fidelidad y la confianza en el contexto. Me quitaron las crayolas y las tijeras para diestro, me quitaron las pecas y los braquets, me quitaron mi bicicleta, la reputación y el deseo.


Me quitaron todo excepto el vacío, el vacío permanece intacto y sonriente solo para mí.  



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