Salida de emergencia
“Salida
de emergencia” (recurrente como insomnio) se lee en el cristal
del autobús, mensaje que depende de mi decisión para ser efectivo.
No sé si es ausencia de elocuencia, la extensión del día anterior o la manera
en que molesta el comportamiento en tribu, con los sobacos remojados, el arizona
sin iris, performance de paloma y la veneración de los gorupos, pero mi estado solo puede ser de emergencia.
Pinche parkinson, busco sin
éxito un bastón de los que soportan ancianos (en su lugar encuentro una mochila, un costal de
naranjas, la palanca del chofer, bomba tutifruti, una, dos, tres, tres reglas
té, té de mango y suéter de cruces de punto de cruz). La investigación concluye,
me descubro fracasando en el intento de tener las manos más bonitas del mundo,
sin embargo, dos benditos puños y una maldita sonrisa de cristal. Antes me cercioro
de la distracción en el ambiente, cuento algunos números en mi mente (en
desorden) y el tiroteo comienza.
Del otro lado de la avenida me
saludan una mariposa perdida, un estadio que huele a orines, arbustos opacos y
un perro libre, de greñas libres y huesos libres de sus articulaciones. Una vez
en la jardinera, observo el hoyo de la estampida y un gafete en el ingreso “entrada de emergencia”, la tribu me dedica ásperos silbidos de envidia, dientes corroídos y alaridos de impotencia sexual; acá, en el lado emocionante de la calle, el perro que es libre me observa excitado, de mis brazos emana el elixir de lo
que alguna vez llamé (por desconocimiento) esencia.