Contemplación de calle

La contrataron para acariciar el adoquín de la calle frente a la cafetería donde trabajé en verano, era su único oficio.

Ella pasaba a las ocho. Cuando no podía verla más de tanta sombra, comenzaba a rezar, le pedía a Dios que me hiciera hombre para poder amarla.

El verano expiró, nunca fui hombre, nunca logré quererla, pero aún recuerdo su nombre y me hinco quince minutos después de las ocho, suplicando a un Dios distinto llamarme Olivia.


Fotografía: Oleg Oprisco

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