Querer
Cuando tenía menos de seis meses
quería la teta de mi madre. Después cumplí un año y quise que me soltaran de
las manos, que me ayudaran a levantarme del suelo si era necesario. El día que
entendí las ausencias, quise que el reloj se adelantara, que mi padre volviera del
trabajo y me cargara. Aprendí a ir al baño y quería que mi madre me limpiara,
sólo ella, nadie más, y una vez jalada la palanca, quería que me bañara, que
cepillara mi cabello, que me vistiera con ropa limpia.
En mi tercer año de preescolar
aprendí a pedir más de lo que quería, desde cuentos antes de dormir hasta participar
en todos los eventos del kínder. Quería chocolates, sacapuntas con botecito,
zapatillas con luz, cuadernos para colorear, colores, ver a mis primas, ir al
parque, comer papitas, un hermanito y albóndigas con sopita. Quise ser
protagonista en la obra de Blanca Nieves; en lugar de eso, fui el conejo que
muere en manos de un cazador para que su corazón fuera entregado a la reina;
mientras sacaban mi corazón de papel quise llorar y lo hice. El último día de
clases quise una nieve, pero estaba enferma, entonces flores.
Al ingresar a la primaria quería
juntarme con las niñas más bonitas y quería aprender a leer. Quería ser la
abanderada y obtener diplomas, pero nunca pasé del tercer lugar. Con ocho años
encima quería ir a la playa, quería que mi papá ya no golpeara a mi madre y que
mi hermano no lograra escuchar los gritos, quería una muñeca con andadera, ver
la película de bambi, que mi padre no volviera borracho por las noches y un
diario para escribir.
Cuando fui de las grandes en la
escuela quería entender que significaba que te bajara, quería que mis pechos
crecieran como los de mis compañeras, quería que todos los niños se murieran,
que mi maestra de quinto se accidentara, quería aprender a bailar, quería comer
pizza por primera vez, me urgía salir de ese lugar.
En secundaria quise tener novio,
quise maquillarme y vestirme de un mismo color cada viernes, quise morirme
cuando descubrí que yo era un peligro, que tenía el diablo adentro, quise
entender porqué era malo no haber hecho la primera comunión o porqué llevar la
falda corta era pecado, porqué mi mano izquierda ofendía a mi abuela si cogía
una cuchara o un bolígrafo, porqué mis pechos no crecían o porqué los hombres
me gritaban en la calle. También quise un perro.
Durante tres años eternos quise
ocultarme, que un coche me atropellara o que alguna enfermedad acabara conmigo.
Quería que me quisieran, que me aceptaran, que me invitaran a sus fiestas.
Quería poderes para correr con fuerza y evitar la horda de gente que quería
lincharme, quería poder defenderme, quería no sentir miedo, o vergüenza de
pedir ayuda. Quería ser como cualquiera de la secundaria y relacionarme en paz
con el resto de alumnos, pero nunca lo logré, mi perro enjugaba mis lágrimas al
volver a casa y yo lo quería tanto. Quería cambiarme de escuela.
En la preparatoria quería ser la más
bonita y subirme a escenarios para que todos me vieran. Quería salir de noche y
quería irme a vivir sola. Montones de veces hice mochilas, caminaba al filo de
la carretera y quería que nadie me encontrara, quería el silencio, quería la
calma, quería estar lo más lejos posible de mi casa, para no escuchar las
ofensas, las amenazas, el impacto de los aterradores golpes, quería alejarme
del aliento a alcohol, de la hinchazón posterior a los puñetazos en mis pómulos y labios. Quería querer a mi familia. Quería que mi mamá me entendiera.
En la universidad no mejoraron las
cosas porque ahí fue cuando descubrí que no sabía que había querido todo ese
tiempo, que ninguna de mis solicitudes fue razonada y que sólo quise por la
mera acción de querer. No quería estar en esa facultad, pero tampoco sabía a
dónde moverme.
Hoy sé que quiero estar confundida, que
quiero sentirme inútil y triste y quiero no querer nada, sentir desprecio por
la vida, por mis piernas, por las mujeres bellas, quiero lanzarme al vacío y
descubrir si hay fondo, quiero perder amigos, sentirme insegura, poner en
juicio mis capacidades y repetirme una y otra vez que soy un fraude. Quiero
este insomnio y mis indicios de intolerancia a la lactosa, quiero repetir a cada
individuo que me consulte incluso la hora que aborrezco cada cosa que he hecho
y que he querido, que soy una farsante, malagradecida, que tengo miedo de irme,
pero más de regresar, que nunca estuve más tirada a la mierda de
imposibilidades y pretextos. Quiero verme al espejo y por una ocasión ser honesta, sentirme fea, gorda,
celulítica, asimétrica y corroerme en desesperación, en frustración, en
arrepentimiento. Quiero compararme con todos, con todas, con todo y aceptar que
soy un parásito miserable, que siempre lo he sido. Quiero ver su cara de
lástima, de rechazo, escuchar sus palabras de aliento y escupirles en la cara.
De verdad quiero este dolor y esta cueva húmeda y solitaria. Quiero que me
dejen en paz y quiero merecer el amor del hombre más puro que jamás imaginé
conocer...
Saber qué quiero, quiero.
Fotografía de mi padre.
¡¿Entonces no sabes lo que quieres?!
ResponderEliminarjaja ntc. Siempre es un gusto leerte.
Un abrazo y un beso Xoch.
Qué más quisiera yo que decirte que si lo sé. Te quiero, Dany.
EliminarDespués de leer esto veo que las sonrisas a veces cuestan demasiado y es así como te recuerdo, sin saber qué había detrás de una niña que irradiaba alegría. fue un gusto haber conocido un poco más de mi compañera de secundaria, te envío un afectuoso saludo.
ResponderEliminarSi me dijeras tu nombre sería mejor que un anónimo. :) Definitivo, es imposible descubrir el esfuerzo que requiere una sonrisa, por eso deberíamos valorarlas más. Abrazo!
EliminarNo nos conocemos, pero lo que has escrito, me ha robado las lágrimas, por extraño que parezca, agradezco el haber encontrado tu escrito, y el que haya removido mi corazón...
ResponderEliminarCuando escribo nunca espero que alguien más me lea, mucho menos que pueda toca un corazón. Gracias por hacerme saber que de vez en cuando pasa. :)
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