Todo va a estar bien

Mi perro murió. Yo no lo maté, pero sí tuve relación con su muerte. Elegí el día y la hora y el veterinario se encargó del resto. Dos inyecciones bastaron para detener sus latidos: una que lo tranquilizó y deshizo nuestro último abrazo y otra que de a poco disminuyó su ritmo cardíaco hasta paralizarlo.

He reparado en mucho desde entonces, ideas que tenía sobre las pérdidas y las partidas definitivas, temores que han sido confirmados y mitos que fueron desmentidos. Admito que siempre había sentido miedo en torno al concepto de la muerte y sus implicaciones, y antes de aquel día, curiosidad; -qué se sentirá, qué se pensará, cómo se vive después de algo así, algo cambiará- entre otras preguntas me hacía.

Ahora sé cómo se siente, ya sé qué cosas se piensan, comienzo a entender cómo es vivir incompleta, pero me queda pendiente descubrir si algo cambia, porque han pasado pocos días y quiero creer que en algún momento podré disociarme de la ansiedad.

He sufrido, he recordado y he llorado -en abundancia-, pero no voy hablar de arrepentimiento, porque ese sentimiento está implícito cada vez que se pierde a alguien, ni hablaré de la magnitud de mi herida, ni diré que este nuevo dolor eclipsó al resto de mis tristezas al punto de hacerlas parecer alegrías; quiero hablar de un vicio, que todos padecemos, pero pocos admitimos, el del lenguaje.

Estos días me he permitido sentir la miseria, el no bañarme, el no dormir, el no sonreír genuinamente, y sabía que esto me ocurriría, porque cuando los otros me compartían sus experiencias con la muerte hubo muchos patrones en esas historias; sin embargo, algo que no esperaba, era analizar las palabras de aliento que los vivos manifiestan, y seguro la intención es buena, hasta convencida estoy que cada frase lleva consigo una fuerte carga de amor, pero ni las buenas intenciones ni las cargas de amor harán menos dañina esta conducta humana de repetir cuanta frase escuchamos sin detenernos a razonarlas.

Dejamos escapar una y otra y otra frase, más por hábito, más por naturaleza, más por protocolo, que por sentida condescendencia. Y pienso también que “dejar ir al muerto para que descanse” no podría ser más absurdo, nunca existió ni existirá un permiso de por medio cuando se trata de la muerte, no importa cuánta resistencia ni cuánta oposición, el fin llegará para todo ser vivo, atento o despistado. Por lo tanto, no se trata de dejar que alguien se vaya, de cualquier modo partirá y ese suceso irá acompañado de su eterno descanso y no habrá rebeldía ni negación humana que lo perturbe; en el mejor de los casos, si se acepta la ausencia del que murió, el vivo será quien disfrute esa tregua.

Yo por ejemplo, sigo sin aceptarlo y por eso mi dificultad para hacer lo que sea, en especial dormir, cuando en la inactividad es más fácil acceder a los recuerdos, y por lo general elijo lo más tristes y dolorosos, me quedo en ellos largos minutos, me voy de una imagen a otra, las observo con lentitud para sentir cómo me lastiman y de este modo creer que cumplo con mi parte, porque mi deber de viva que perdió, es llorar y desgarrarme, para luego descubrir que estoy enojada porque no lo entiendo y en lugar de recibir explicaciones obtengo que él está en un lugar mejor.

¿Un lugar mejor? Cómo llegamos a esa afirmación, quién ha sido capaz de comparar para darnos su veredicto. ¡No! ¡No acepto una mierda de todo esto! Ni lo aceptaré. Porque es injusto. Y seguro me costará el descanso, porque yo aún estoy viva y aún puedo recordar y puedo sentir cómo la agonía se apodera de mí, porque en mi hogar hay muchos vivos, atentos y distraídos, que repiten una y otra vez que todo estará bien, que todos iremos a un lugar mejor, que debemos dejar ir, pero en mi cabeza no dejo de traducir todo eso como pura charlatanería, droga en forma de palabras que nos tragamos para andar apendejados y desconectados de lo terrible y cruel que es esta realidad.

Hace tres semanas, mientras mi perro perdía la vida, me miró y comenzó a agitar su cola con fuerza, hizo un intento de incorporarse, pero lo volvimos a acostar para que no se lastimara, me quedé junto a él para decirle que estaba a su lado, que lo amaba, él movía su cola, luego dejó de hacerlo; el veterinario se retiró las olivas del estetoscopio, me miró inexpresivo, -¿ya terminó?- pregunté involuntariamente, -si, te dejaré un momento más con él-, respondió y salió de la habitación donde en tantas otras ocasiones asistí con mi perrito para la vacuna, para la infección en la oreja, para la revisión de huesos.

Me quedé sola en ese lugar, de pie frente a un cuerpo pequeño que acababa de perder la vida, un cuerpo que corría a mi encuentro cada vez que volvía a casa, que me regaló todo su amor a cambio de nada, un cuerpo al que yo decidí cuando se le acabaría la existencia y todavía me dicen que todo estará bien, que el humano se adapta pronto a la muerte después de la primera vez. Si, de acuerdo, pero ¿qué sigue? ¿una colección de muertes hasta que me vuelva parte dé y mientras eso ocurre emborracharme de mitos y frases para la ocasión? 

No sé ustedes, pero yo prefiero retorcerme de dolor y coraje, porque en este momento es lo más real que tengo. De nada me sirve engañarme, engañarlos, no acepto la muerte, estoy enojada con la vida y voy a llorar hasta quedarme sin fuerzas. Quizá sólo así, sin fuerzas, me sea posible rendirme y perdonar. Y tal vez, sólo así, sin fuerzas, deje de razonar y me entregue al engaño de las palabras, para escapar, para no volver, para no sentir dolor…


En la fotografía, Mickey, en el año 2014.

Comentarios

  1. "Y tal vez, sólo así, sin fuerzas, deje de razonar y me entregue al engaño de las palabras, para escapar, para no volver, para no sentir dolor…" Te leo Xoch y la verdad, tus palabras me llegan. Eres excelente escritora y tu dolor está siendo compartido en estos momentos. Te mando un fortísimo abrazo y un beso, mujer. Te quiero.

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    1. Tus palabras me alientan a continuar en esto, porque la inseguridad me sobra. De verdad, gracias por tu apoyo, Mario, te quiero.

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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