Falsa herida

Herida que me parto en dos, que ni siquiera eras mía pero ahora te llevo, que vienes desde atrás y desde lejos.

Clásica herida porque tiñes y sangras, pero también recorres y caminas y avanzas, que te niegas a unir tus tejidos porque abriéndote paso a través de mi piel corroboras que eres y que existes y por ende puedes y podrás: penetrar, desgarrar, seguir siendo herida.

Y aunque dueles como cualquier otra herida eres dolor al que no me acostumbro, porque punzas adentro, que te encomendaste al alma y al recuerdo.

Herida que me llenas de culpa porque he sido injusta y embustera: que te he condenado, que debo disculpas y penitencias, que he de abrazarte, de suplicarte que abras más, que lo rompas todo.

Herida, por favor cállame el hocico, dime que soy una mierda, soy una mierda, soy una mierda. Sángrame las fauces, porque soy una perra y habrás de domesticarme. Convénceme, dime que no lo mereces, que ignoro con qué objetos te abrieron, que te dolió más a ti de lo que a mí me duele. Repite que tú eres la herida.

Que quién soy yo para exigirte, para impedirte, para gritarte. Que qué derecho a pedir razones cuando vivo a costa de tu sacrificio, si alimento mi sangre con tu sangre. 

Cobarde herida porque no te atreves a matarme, que no admites que mi cuerpo es campo para tus proezas, trinchero para lucirlas.

Herida, batalla inmerecida mía, que te sigo luchando y sufriendo, sin miras de dejarte o posibilidades de rendirme. Callejón que me acorralas, que impides cualquier alivio, porque nunca hay suficiente dolor y es preciso tragarme tu aliento como ofrenda para este maravilloso regalo al que le dices vida.




Ilustración: Apollonia Saintclair

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